
El FMI elevó su proyección de crecimiento mundial para 2025 a 3,2 % (desde 3,0 %) y prevé 3,1 % para 2026. Aun así, advierte que el escenario sigue frágil: la desinflación avanza a ritmos desiguales, la productividad se recupera lentamente y el comercio continúa bajo presión por fragmentación geopolítica y barreras no arancelarias.
En las economías avanzadas, el crecimiento rondaría 1,5 %. Estados Unidos moderaría el impulso tras un ciclo de consumo y empleo resiliente; la zona euro avanzaría de forma gradual con inflación a la baja y condiciones financieras menos restrictivas; y Japón ajustaría política y salarios en un entorno de cambio de régimen monetario.
Entre los emergentes, el crecimiento “por encima del 4 %” seguiría liderado por Asia —con China combinando estímulos selectivos y ajustes en el inmobiliario—, mientras América Latina y Europa emergente dependerán más de términos de intercambio, inversión y confianza doméstica.
Los riesgos de corto plazo incluyen nueva volatilidad en energía y alimentos, eventos climáticos extremos, tensiones de deuda soberana en países con financiamiento caro y correcciones en activos ligados a la IA si las expectativas no se materializan.
Por eso, el FMI recomienda mantener una política monetaria prudente (recortes solo con desinflación firme), reconstruir colchones fiscales con reglas creíbles y gasto focalizado, y acelerar reformas para elevar la inversión privada (infraestructura, digitalización y capital humano).
Además, sugiere aprovechar la ventana que abre la baja de la inflación para sanear cuentas públicas, mejorar el diseño de subsidios, expandir redes de protección bien focalizadas y facilitar la reasignación laboral. El objetivo es sostener un aterrizaje suave y convertir la recuperación en un crecimiento más inclusivo y sostenible.











