
La guerra de Ucrania y el futuro político de Rusia están estrechamente entrelazados con la figura del presidente Vladimir Putin. Durante más de dos décadas, el mandatario ha consolidado un sistema basado en el control absoluto del poder, la represión interna y una política exterior marcada por la confrontación con Occidente. Sin embargo, el reloj político del Kremlin avanza, y la pregunta sobre quién podría ocupar su lugar comienza a generar tensiones dentro de las élites rusas.
Putin tiene 73 años y, según versiones internas, enfrenta problemas de salud que podrían afectar su permanencia en el poder a largo plazo. En los círculos de poder de Moscú, varios nombres surgen como posibles herederos del “zar moderno”. Entre ellos, el del primer ministro Mijaíl Mishustin, considerado un tecnócrata leal que ha mantenido un perfil bajo, pero con eficiencia administrativa; el del secretario del Consejo de Seguridad, Nikolái Patrushev, un hombre de inteligencia con una visión ultranacionalista; y el del ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, símbolo de la continuidad militarista.
También suenan figuras más jóvenes, como Dmitri Medvédev, ex presidente y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad, quien intenta mantener influencia aunque su popularidad se ha erosionado. El dilema para el Kremlin radica en encontrar a alguien capaz de garantizar estabilidad sin desafiar la herencia de Putin. Una transición mal calculada podría abrir grietas en el sistema autoritario, con riesgo de pugnas internas entre las fuerzas de seguridad, los oligarcas y el aparato militar.
Por ahora, el líder ruso parece decidido a permanecer en el poder hasta las elecciones de 2030, pero incluso sus aliados más cercanos reconocen que su sucesión será el momento más delicado para Rusia desde la caída de la Unión Soviética. El futuro del país, y de la guerra, sigue girando alrededor de un solo hombre cuyo tiempo político podría estar llegando a su límite.











