En una acción que marca un nuevo giro en el conflicto entre Ucrania y Rusia, las fuerzas ucranianas ejecutaron lo que muchos analistas ya catalogan como la operación de drones más audaz y efectiva de toda la guerra. Denominada "Operación Telaraña", la ofensiva se llevó a cabo en la madrugada del 1 de junio de 2025, y tuvo como blanco cinco bases aéreas estratégicas ubicadas en el corazón del territorio ruso.
Un golpe quirúrgico al poder aéreo ruso Las bases atacadas estaban situadas en Irkutsk, Murmansk, Ivánovo, Riazán y Amur, regiones clave para la logística aérea de largo alcance del Kremlin. Los ataques se centraron principalmente en destruir aviones de gran valor estratégico, como: Bombarderos Tupolev Tu-95 y Tu-22M3, usados para lanzar misiles de crucero sobre Ucrania. Aviones A-50 de alerta temprana, conocidos como los “ojos voladores” de Rusia.
Según fuentes del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), más de 40 aeronaves resultaron completamente destruidas o quedaron fuera de servicio, lo que representa uno de los mayores reveses para la aviación militar rusa desde el inicio de la invasión. Tecnología, sigilo e inteligencia artificial. Lo que sorprendió tanto a expertos como a observadores internacionales fue la sofisticación del ataque. Ucrania utilizó 117 drones FPV (First Person View) de pequeño tamaño, pero cargados con explosivos y equipados con IA (inteligencia artificial) capaz de reconocer visualmente objetivos específicos.
Estos drones fueron introducidos de forma clandestina en territorio ruso durante semanas previas a la operación, y lanzados desde camiones camuflados con techos retráctiles, imitando el aspecto de simples vehículos de carga. Cada dron tenía programada una misión específica y se coordinó en tiempo real a través de operadores ucranianos situados en la frontera y dentro del propio territorio ruso, lo que garantizó una altísima precisión sin exponer tropas.
Un plan cocinado durante 18 meses Según reveló el jefe del SBU, Vasyl Maliuk, la operación se planificó durante más de un año y medio y fue aprobada personalmente por el presidente Volodímir Zelenski. La logística, el análisis satelital, el camuflaje y la programación de los drones fueron cuidados al mínimo detalle, bajo un estricto régimen de secreto. “Fue como una telaraña lanzada al corazón del monstruo”, declaró un oficial del SBU de forma anónima a medios internacionales.
Golpe económico y simbólico Además del impacto militar, el ataque supuso un golpe económico significativo. Se estima que las pérdidas en aeronaves y equipos destruidos superan los 7.000 millones de dólares. Pero más allá del dinero, el golpe moral y estratégico es incluso más contundente: por primera vez, Ucrania demostró que puede ejecutar operaciones de alta precisión en zonas muy alejadas del frente de combate, y hacerlo con autonomía tecnológica y táctica.
Reacción rusa y detenciones El Ministerio de Defensa ruso admitió los ataques, aunque restó importancia al daño alegando que varios drones fueron interceptados. Sin embargo, medios independientes rusos filtraron imágenes satelitales que muestran hangares en llamas y restos de aviones destruidos. Además, el Kremlin anunció la detención de supuestos colaboradores internos, y calificó la operación como un "acto terrorista internacional". ¿Y ahora qué?
El ataque se produjo apenas 24 horas antes de una nueva ronda de negociaciones de paz entre Ucrania y Rusia, que se celebrará en Estambul el 2 de junio. Algunos analistas interpretan este ataque como una forma de reforzar la posición ucraniana en la mesa de diálogo, demostrando que aún tiene capacidad ofensiva pese al desgaste de la guerra. Zelenski confirmó su participación en las conversaciones, aunque dejó claro que no aceptará ningún acuerdo que implique ceder soberanía o comprometer la seguridad de su nación.