Europa enfrenta hoy una crisis ambiental agravada: intensas olas de calor y sequías prolongadas están devastando la agricultura, presionando los recursos hídricos y elevando pérdidas económicas a niveles críticos. Agricultores en Alemania reportan disminuciones de cosechas de entre un 40 % y un 75 % debido a campos secos, mientras que en Reino Unido y España los incendios forestales y el estrés por calor han escalado de manera alarmante.
El impacto económico directo ya se acerca a los 43 mil millones de euros este año, cifra que podría aumentar a 126 mil millones para 2029 si se consideran pérdidas indirectas en turismo, productividad e infraestructura. Un nuevo informe global sobre calor extremo revela que entre mayo de 2024 y mayo de 2025, aproximadamente 4 mil millones de personas (casi la mitad de la población mundial) experimentaron al menos 30 días de calor extremo —definido como temperaturas por encima del 90 % histórico de cada región— y en 195 territorios el cambio climático duplicó la frecuencia de esas olas de calor.
En muchos países, los días con calor intenso han sido al menos el doble de los que habría habido sin la influencia humana. Las predicciones climáticas también son preocupantes: hay un 70 % de probabilidades de que el promedio de temperatura entre 2025 y 2029 supere los 1.5 °C en comparación con niveles preindustriales. Además, hay un 80 % de probabilidad de que al menos uno de los años en ese quinquenio sea más caliente que 2024, que ya fue el año más cálido registrado.
Estas cifras apuntan a una aceleración del calentamiento global con efectos más fuertes en lluvias intensas, derretimiento de hielos, elevación del nivel del mar y fenómenos extremos múltiples. El daño económico ya se deja sentir: un reporte de Allianz advierte que las olas de calor podrían restar hasta 0.5 puntos porcentuales al crecimiento de Europa en 2025.
En España, algunas regiones podrían ver caídas hasta de 1.4 puntos porcentuales en su PIB debido a la prolongada canícula. Ante todo esto, expertos y autoridades llaman a reforzar la adaptación: gestionar mejor el agua, invertir en cultivos resistentes al calor, reforzar redes eléctricas, elevar la conciencia pública sobre medidas de protección ante calor extremo y coordinar respuestas meteorológicas, de salud y agrícola.
La conclusión es clara: el cambio climático ya no es una amenaza lejana, es una realidad presente con impactos tangibles en la vida, la economía y los ecosistemas. Y la acción no puede esperar más: la humanidad debe acelerar su transición hacia prácticas sostenibles y resilientes para enfrentar este nuevo escenario climático en evolución.