La política exterior de Rusia ha dejado de ser simplemente una postura firme para convertirse en una amenaza constante para la estabilidad global. Las recientes maniobras militares en zonas fronterizas, los discursos nacionalistas de Vladimir Putin y el despliegue de tropas en territorios estratégicos no pueden ser vistos como simples ejercicios defensivos.
Rusia está jugando un juego peligroso que pone en jaque no solo a sus vecinos, sino también a toda la comunidad internacional. Lo más alarmante es que el Kremlin justifica su avance bajo la idea de una supuesta “expansión vital”, como si los intereses geopolíticos de una potencia pudieran estar por encima de las fronteras soberanas y de los derechos de los pueblos.
Pero la expansión vital no puede ser excusa para someter a naciones independientes, ignorar tratados internacionales o violar las libertades civiles de poblaciones enteras. Georgia, Crimea y el este de Ucrania ya han sido víctimas de esa lógica. Hoy, otras regiones viven bajo la amenaza de una repetición de la historia. Y lo peor es que mientras más se toleran estas acciones, más se envalentona el agresor.
La comunidad internacional no puede seguir mirando hacia otro lado. La invasión no siempre llega con tanques; a veces viene disfrazada de propaganda, injerencia política o chantaje energético. Rusia parece decidida a imponer su influencia a cualquier precio. Pero ese precio lo pagan los pueblos, con su libertad, su seguridad y su futuro. Ya no se trata de prever si habrá otra invasión, sino de cuándo, cómo y con qué consecuencias.
La paz no se defiende con indiferencia, sino con decisiones firmes, claras y justas. La expansión imperial de Rusia no puede seguir considerándose una estrategia válida en pleno siglo XXI.
Autor:
Williams Valverde